EQUIDAD Y PATRIARCADO
Hace 10 años, Luis Bonino Méndez, argentino, director del Centro de
Estudios de la Condición Masculina, se preguntaba:
“¿por qué tantos varones permanecen en una
posición conservadora, ¿por qué no cambian de un modo progresista?, ¿por qué la
mayoría son tan poco receptivos a los argumentos igualitarios?, ¿por qué toman
tan pocas iniciativas?, ¿por qué, pese a que incluso muchos de ellos proclaman
verbalmente el valor de la igualdad, son tan pocos los que desean, o se animan
a adoptar realmente posiciones innovadoras y a emprender una marcha
comprometida hacia la igualdad con las mujeres?, ¿por qué pocos están
dispuestos honestamente a compartir -como reclaman las mujeres-, el trabajo y el poder y
especialmente lo doméstico? , y ¿por qué se resisten a fomentar el acuerdo de
un nuevo contrato social, de nuevos pactos que reconozcan a las mujeres como
ciudadanas-sujetas de derecho, tal cual ellas lo proponen (Simón
Rodriguez,1999)?, ¿por qué, finalmente, en los temas de la igualdad con las
mujeres los varones se caracterizan por ser una “silenciosa” mayoría?
Todas estas preguntas pueden conducir a una
que las sintetiza: ¿por qué los varones no reaccionan ante el cambio de las
mujeres con una respuesta igualitaria y por qué permanecen en el no-cambio?”[1]
Los cambios culturales son más
lentos que los cambios tecnológicos; pero estos presionan también el cambio
cultural. La división sexual del trabajo, por ejemplo, es más rígida en el
campo que en la ciudad. La mujer de la ciudad tiene muchas más oportunidades
que la mujer del campo para desarrollar autonomía. La crítica frontal al
patriarcado que ha hecho el movimiento feminista puede por ello tener más
impacto en la ciudad que en el campo. Y por lo tanto, el orden patriarcal y el
machismo, como una de sus expresiones, puede ser más arraigado entre los
hombres del campo, de los municipios más rurales, y en los barrios periféricos
de las ciudades donde se ubican las
familias desplazadas.
En el Oriente Antioqueño, la
población rural sigue siendo mayoritaria en los municipios, particularmente en los
más alejados de Medellín. El conflicto armado, además, impactó de diversas
formas el tejido social: el desplazamiento modificó los roles masculinos y
femeninos tradicionales. Muchas mujeres se vincularon a actividades económicas
nuevas, mientras los varones dejaron de ser los únicos proveedores del hogar y,
en ese sentido, perdieron poder. La población joven recibió el impacto de
valores y condiciones distintas a las que tenía en el campo. Y el retorno no es
un regreso al pasado. Las mujeres sostuvieron el tejido social y su papel en la
comunidad cambió, en muchos casos, para siempre.
Es difícil vivir en condiciones
nuevas con un pensamiento viejo. La familia patriarcal tradicional se
resquebraja y reclama Nuevas Identidades Masculinas: El padre todopoderoso,
machista, autoritario, que se cree único dueño de los ingresos familiares, que
resuelve violentamente los conflictos, va pasando a la historia no sin profundo
sufrimiento personal y arrastrando a veces en su derrumbe la unidad familiar. No se trata únicamente de un problema
personal; es un problema social que necesita políticas públicas y una reacción
colectiva. La construcción de comunidades no patriarcales, de convivencia sin
violencias, es una tarea central en una Colombia, y en una Provincia, que
quiere vivir en paz. Hay que promover masivamente un cambio de valores.
Las mujeres reclaman equidad. Los
sectores sociales empobrecidos y las llamadas minorías lo hacen también. Los
gobiernos prometen equidad y prosperidad. Es posible la equidad en un orden
patriarcal? Para el orden patriarcal un valor fundamental es la libertad,
entendida como libertad de empresa y libre competencia. Los buenos competidores
ganan dinero, prestigio, poder; pero muy pocos ganan; los demás son perdedores.
Los ganadores dominan, los perdedores son sometidos. El orden patriarcal
establece relaciones de dominación de unos seres sobre otros. El movimiento
feminista señala y denuncia las relaciones de dominación de los varones sobre
las mujeres y de los adultos sobre los niños-as.
También en la actividad económica
pueden establecerse relaciones patriarcales. El modelo de desarrollo vigente en
Colombia, y en el Oriente Antioqueño, ha puesto por ejemplo a competir la
economía campesina con la industria y los servicios. Y el resultado ha sido la
pérdida de la tierra y la descomposición del campesinado, desconociendo y
desaprovechando la experiencia de años, el amor por la tierra, la protección de
los recursos naturales y la producción de alimentos. La resistencia campesina
se expresó pacíficamente primero en el Movimiento Cívico, en la década de los
80, y luego en la resistencia armada guerrillera de los 90, derrotada
finalmente por el ejército y los paramilitares. Toda dominación necesita
conseguirse y mantenerse con violencia.
Ya hablamos del impacto de la
violencia en la familia campesina y en el tejido social. La reconciliación no
puede construirse sobre relaciones de dominación-sometimiento, sino con base en
un cambio de actitudes: sobre relaciones basadas en la Biología del Amor, vale
decir, sobre el reconocimiento del Otro-a como legítimo Otro-a, según enseña Humberto
Maturana. Quien pretende dominar a otra persona no la reconoce como legítimo
Otro-a; quien se somete está desconociendo su propia dignidad y reconociendo en
el Otro-a una superioridad que no tiene como ser humano. Todas las personas
nacen iguales en dignidad.
Estas nuevas relaciones fundadas
en la Biología de Amor deben ser promovidas y aprendidas por nosotros, los
varones; por eso se habla de Nuevas Identidades Masculinas. Pero también por la
población joven. Por la mujer campesina, sumisa, que somete su dignidad; y por
la que se rebela. Todas y todos podemos y debemos cambiar de actitudes. Es
posible y deseable un cambio sin violencia. Años de guerra nos enseñaron en
Colombia y el Oriente Antioqueño que la violencia no sirve para conseguir
justicia, equidad, democracia, libertad.
“Amarse, no armarse”, propone el Alcalde Petro en Bogotá. También en nuestra
Provincia debemos superar la violencia y abrazar una ‘política del amor’.
Superando el patriarcado podremos caminar hacia la equidad, para que todas y
todos podamos Vivir Bien. Hoy, a los ganadores, solo les importa Vivir Mejor.
En el patriarcado no es posible la equidad.
Benjamín Cardona Arango. Febrero de 2013